Podríamos jurarlo: cuando vimos la escena introductoria de la historia de Manuel y Modesto, ellos dos, niños, en su campiña natal, Modesto viendo a través de la cerca de su padre jugando gallos y a su niña enamorada, para luego quedar transido de dolor ante el espectáculo de su padre caer fulminado por un ataque cardíaco, casi llegamos a pensar que iba a ver una buena película: fotografía, musicalización, sonido, edición, todo iba funcionando… Pero, claro, de ilusión también se vive, y pronto nos percatamos de que la historia “creada” por Martín Díaz Bello, convertida en guión por Alejandro Andújar, no podía pasar de cinco minutos de cierta sobria elegancia cinematográfica.
Porque, lamentablemente, una hora y cuarenta y cinco a partir de esa sugerente introito son todo un amasijo de boberías tan poco convincentes que no creemos que nadie pueda tragárselas.
www.listindiario.com.do / Armando Almanzar