Que digan que es una repetición instantánea de los 30 años de Sergio Vargas en la música, cuya celebración en Nueva York pasó sin penas ni gloria porque sus promotores solo se preocuparon por atrapar en el momento unos cuantos dólares que importarle darle la connotación debida y que el artista por su trayectoria muy bien se merecía.
Imagínense qué se podía esperar si días antes del concierto sus representantes pasearon al merenguero por cuantos clubes pudieron quintándole brillo a lo que se suponía ser una presentación de altos quilates pero que se quedó en el intento precisamente por esas mismas torpezas de gente que aún maneja el negocio de la música como un colmado.
El caso es que Sergio regresa a la Gran Manzana con sus invitados, la ocasión es una magnífica oportunidad para la reivindicación.
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